Dos grandes falacias destacan sobre el volumen inmenso de mentiras respecto al Valle, previas a la Ley de Memoria Histórica y que Blanco refuta de forma abrumadora, después de cuya lectura no caben ya especulaciones. Son la afirmar que a semejanza de los faraones el régimen utilizó en su construcción mano de obra esclava, nada menos que veinte mil penados, y la segunda la presunta intención de Franco de construir su propia tumba faraónica. Juan Blanco aporta con esta obra una muestra evidente y nítida no del periodismo de opinión, tema que conoce muy ampliamente y puesto de relieve a lo largo de su extensa carrera profesional, sino del periodismo de un reportero que domina su profesión y presenta el testimonio y relato fiel de los hechos. En el panorama periodístico español actual se insiste, de forma a veces reiterativa, en lo que se denomina periodismo de investigación; pues bien un ejemplo prístino y sin adulteraciones de dicho periodismo lo constituye este libro. La labor de investigación ha sido ardua; tal puede apreciarse no ya con la lectura detenida del mismo sino con una simple visión de la obra desde la extensa introducción al capítulo final, al epílogo para desmemoriados y al anexo documental. Cada capítulo justificaría de por sí una pequeña obra, pero conducente a unas sencillas reflexiones, básicas cual la de que en la construcción del Monumento Nacional a los Caídos no trabajaron presos políticos, sino condenados por gravísimos delitos cometidos durante la Guerra Civil, según los códigos Penal y de Justicia Militar vigentes durante el período republicano y sustituidos por otros nuevos a partir de 1945. Los presos, según la enorme documentación aportada por Blanco trabajaron voluntariamente en el valle, desde junio de 1943 hasta marzo de 1950, junto a numerosos obreros libres y presos comunes, constituyendo estos una mayoría en los últimos años. Los calificados falsamente como «presos políticos» ganaban un jornal idéntico al de los obreros libres, según su categoría profesional, y llegaron a redimir hasta seis días de condena por uno trabajado. Naturalmente, y como era de esperar, ya al día siguiente de la presentación pública del libro la reacción de algún comentarista de izquierda muy acentuada y las que probablemente seguirán –lo que afortunadamente redundará en beneficio de la difusión de la obra– ha sido virulenta, rayana en el histerismo. Y es que frente a la verdad sencilla, sin aditivos, la reacción habitual no es la del desmontaje de las tesis del adversario aportando pruebas y razonamientos, sino la reacción pasional y el insulto. En la línea de lo «políticamente correcto» todo aquello que discrepe de la tesis oficial es respondido no con argumentaciones, sino con la descalificación rotunda. La documentación ofrecida por Blanco, fruto de una labor que se presenta agotadora al analizar detenidamente la obra destruye de forma total los mitos, iniciados hace ya bastantes años por el fallecido Daniel Sueiro, en base a cuyos errores luego amplificados en obras y panfletos posteriores, se asentaron los cimientos de la falacia sobre los presos políticos y los trabajos forzados. Sobre tan torticeros argumentos se asentó el endeble edificio de la mentira y la deformación de la verdad y la historia; argumentos que Blanco arrasa sin pasión alguna, sino con la descripción de los hechos, y hay que insistir en ello con una apoyatura documental casi exhaustiva. Blanco expone un razonamiento que hace pensar, y que incluso trasciende la habitual manipulación respecto a todo lo relativo con el régimen de Franco, y es, como certeramente afirma el autor, la cadena que nos conduce, paso a paso, cuando no a zancadas, hacia el Valle de los Caídos, auténtico objetivo de la izquierda española, que rechaza todo símbolo de reconciliación, en especial si está rematado por la Cruz.. Ironiza el autor al tratar episodios grotescos cual los del notable historiador Sánchez Albornoz al comentar una fuga desde el Valle protagonizada por su hijo, auxiliado por unas norteamericanas, fuga totalmente alejada de la realidad, de la que dieron varias e irreales versiones. Dos grandes falacias destacan sobre el volumen inmenso de mentiras respecto al Valle, previas a la Ley de Memoria Histórica y que Blanco refuta de forma abrumadora, después de cuya lectura no caben ya especulaciones. Son la afirmar que a semejanza de los faraones el régimen utilizó en su construcción mano de obra esclava, nada menos que veinte mil penados, y la segunda la presunta intención de Franco de construir su propia tumba faraónica.