Es bien sabido que Moro tuvo especial debilidad por su hija mayor, Margaret, que se casó en 1521 con William Roper (circa 1496-1578). Esta biografía fue escrita en 1557. Muerta Meg en 1544, su viudo redacta sus recuerdos con el deseo de que los descendientes del Lord Canciller pudiesen disponer de un testimonio entrañable.
Después de leer el breve retrato escrito por Roper, es fácil intuir el influjo benéfico de Moro sobre su yerno, que vivió con la familia Moro durante 16 años (1519-1535). Encontramos en la narrativa de Roper un eco de la elegancia, la chispa y la agudeza del gran escritor que convenció a Erasmo de la posibilidad de ser santo a través del estado matrimonial. Muchas contiendas dialécticas precedieron la concesión de la mano de su hija al joven abogado, por mantener éste algunas opiniones en materia de fe que inquietaban a Moro, que siempre tuvo a gala haberse ocupado personalmente de la formación intelectual de su hija Margaret. El libro de Roper bien pudiera ser el desahogo y la reparación de un hijo, apenado por la separación (Roper no estuvo junto a Moro en los días de la Torre y del cadalso), recomendada –según parece– por el depuesto Lord Canciller, que no deseaba marcar el destino de los suyos.
Tras años de silencio, fruto del implacable rencor de Enrique VIII, el libro de Roper fue editado en 1626. Las biografías de Moro han proliferado, especialmente tras su canonización en 1935, cuatro siglos después de su martirio, y la presente edición ofrece una buena noticia bibliográfica. El libro de Roper, delicioso y emocionante, muy bien traducido por Alvaro de Silva, autor también del estudio introductorio, nos presenta la grandiosa figura de un hombre de Estado, de un humanista excepcional, de un esposo y padre entrañable. “Una cabeza que Enrique VIII tuvo que arrancar –escribió Chesterton– porque ese era el único modo de apoderarse de ella”. Alberto Fijo.
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