" Eran las 21:37 horas. Habíamos percibido que el Santo Padre había dejado de respirar, pero sólo en aquel momento vimos en el monitor que su gran corazón, después de haber latido por unos instantes, se había detenido. El doctor Buzzonetti se inclinó sobre él y, alzando apenas la mirada, musitó: «Ha pasado a la Casa del Señor». Alguien detuvo las manecillas del reloj a aquella hora. Nosotros, como si lo hubiésemos decidido todos a la vez, comenzamos a cantar el Te Deum. No el Requiem, porque no era un luto, sino el Te Deum, como agradecimiento al Señor por el don que nos había dado, el don de la persona del Santo Padre, de Karol Wojtyla.
Llorábamos. ¡Cómo se podía no llorar! Eran, a la vez, lágrimas de dolor y de alegría. Fue entonces cuando se encendieron todas las luces de la casa. Después, no recuerdo más. Era como si, de repente, hubiesen caído las tinieblas. Las tinieblas sobre mí, dentro de mí. Sabía que aquello había sucedido, pero era como si, después, me negase a aceptarlo, o me negase a entenderlo. Me ponía en las manos del Señor, pero en cuanto creía tener el corazón sereno, retornaba la oscuridad. Hasta que llegó el momento de la despedida. Estaba toda aquella gente.
Todas las personas importantes que habían venido de lejos. Pero, sobre todo, estaba su pueblo; estaban sus jóvenes. En la Plaza de San Pedro había una gran luz; y ahora volvió también dentro de mí. Concluida la homilía, el cardenal Ratzinger hizo aquella alusión a la ventana, y dijo que él estaba seguramente allí, viéndonos, bendiciéndonos. También yo me volví, no pude menos de volverme, pero no elevé mi mirada hacia allí. Al final, cuando llegamos a las puertas de la Basílica, los que llevaban el féretro lo giraron lentamente, como para permitirle una última mirada hacia su Plaza. La despedida definitiva de los hombres, del mundo. ¿También su última despedida de mí? No, de mí no. En aquel momento, no pensaba en mí. Viví ese momento junto a muchos otros, y todos estábamos sacudidos, turbados, pero para mí fue algo que no podré olvidar jamás. Entre tanto, el cortejo estaba entrando en la Basílica; debían llevar el féretro a la tumba. Entonces, justo entonces, me vino pensar: lo he acompañado durante casi cuarenta años, primero doce en Cracovia, después veintisiete en Roma.
Siempre estuve con él, a su lado. Ahora, en el momento de la muerte, él caminaba solo. Y este hecho, el no haber podido acompañarlo, me dolió mucho. Sí, todo esto es verdad, pero él no nos ha dejado. Sentimos su presencia, y también tantas gracias obtenidas a través de él". Trozo del cap. 35.******
En 1966 el arzobispo de Cracovia, Karol Wojtyla, pidió a un
joven sacerdote polaco que se convirtiese en su secretario privado, cargo en el que le mantuvo también tras ser elegido Pontífice.
Desde entonces, Stanislao Dziwisz ha compartido
con Juan Pablo II todos los momentos decisivos de su vida,
organizando su agenda cotidiana y recibiendo sus confidencias, escuchando sus pensamientos, sus preocupaciones.
En este libro, junto al periodista Gian Franco Svidercoschi, recorre las etapas más significativas de la vida de Wojtyla: su labor pastoral, su elección como Pontífice en 1978, su apoyo al sindicato Solidaridad, el atentado de 1981, la histórica Jornada de Oración por la Paz en Asís, el Jubileo del 2000 y su muerte en 2005. Pero también es la crónica de la vida cotidiana del Papa, de sus frecuentes viajes apostólicos al extranjero, de las largas horas que transcurría rezando, de su enfermedad... con el trasfondo de un escenario histórico en transformación, sacudido por sucesos como la caída del Muro de Berlín o el 11-S.
Argumentos
El Papa que ha cambiado el mundo a través del apasionado
recuerdo de la persona que más años permaneció a su
lado.
Un testimonio único e imprescindible para comprender
plenamente la extraordinaria figura de Juan Pablo II y
el profundo significado de su herencia.
El libro contiene numerosos detalles inéditos sobre la vida
de Wojtyla (el Concilio Vaticano II y el Cónclave de 1978;
las relaciones con el régimen comunista polaco y su
encuentro con el hombre que atentó contra su vida, Alí
Agca).
Svidercoschi es un periodista experto en el Vaticano, fue
subdirector del Osservatore Romano y colaboró con Juan
Pablo II en la redacción de Don y misterio.
|