Una religiosa de clausura dejó encargado a sus Hermanas que, a modo de testamento, hicieran llegar esta oración al autor de este libro, Miguel Ángel Velasco: «¿Por qué te confundes y te agitas ante los problemas de la vida? Cuando te abandones en Mí, todo se resolverá con tranquilidad, según mis designios. No te desesperes, no me dirijas una oración agitada, como si quisieras exigirme el cumplimiento de tus deseos. Cierra tus ojos del alma y dime con calma: Jesús, yo en Ti confío. Evita las preocupaciones y angustias, y los pensamientos sobre lo que pueda suceder después. No estropees mis planes queriéndome imponer tus ideas. Déjame ser Dios y actuar con libertad»... Pura actualidad. Pero, por si quedara todavía alguna duda, Miguel Ángel Velasco aclara: «Créanme, por favor: esto de ponerse a escribir el perfil biográfico de una monja, con la que está cayendo en el momento actual, y más concretamente en la Europa y en la España nuestra de hoy, tiene tela, que dicen los castizos. Y, encima, una monja del siglo XIX»... Pero es que no es una monja cualquiera. O sí. Eso es precisamente lo extraordinario. La Hermana María del Sagrado Corazón Bernaud, que fundó, desde el monasterio de la Visitación de Santa María de Bourg-en Bresse (Francia), el 13 de marzo de 1863, la Asociación Guardia de Honor del Sagrado Corazón de Jesús, es uno de esos santos de andar por casa que tanto le gustan al autor, porque nos recuerdan que todos, sin excepción, estamos llamados a la santidad: «Los santos de cada lunes y de cada martes», en palabras de Chesterton; «Los santos de lo cotidiano», como decía Pablo VI.
No es la biografiada, sino una imagen del Sagrado Corazón, lo primero con lo que se encuentra el lector. No hay ningún error. La Hermana María del Sagrado Corazón fue un instrumento que escogió el Redentor para expandir por todo el mundo la devoción al Sagrado Corazón, desde los monasterios de la Visitación. Cincuenta años después de la encíclica Haurietis aquas, y con la Deus caritas est todavía fresca, escribe Velasco que «un mensaje central para nuestros días, dramáticos y maravillosos a un tiempo, es el de la ineludible necesidad de la Misericordia divina, como benéfica fuerza de Dios, como límite divino contra el mal del demonio, del mundo y de la carne, que siguen siendo, por mucho que tantos quieran esconderlos y a tantos otros parezca habérseles olvidado, los enemigos del alma, como nos enseña el Catecismo». La devoción al Sagrado Corazón es la respuesta, porque sintetiza lo esencial de nuestra fe. El acierto del autor es ser capaz de presentárnosla de forma atractiva y actual, huyendo de toda concesión a la sensiblería. Es una aproximación viril, podría decirse. En el mejor sentido de la palabra. En un sentido similar, por ejemplo, al que le da Vittorio Messori, al presentar una devoción varonil a la Virgen, en Hipótesis sobre María.
El cardenal Rouco Varela nos dice, en el prólogo, que estas páginas alientan una espiritualidad «vigorosamente enraizada y exigente. Su principal exigencia para todos y cada uno de nosotros es la urgencia de una vuelta a un cristianismo entendido y vivido, ante todo, en la clave del amor que da la vida. El lema que la Fundadora encuentra para la Guardia de Honor del Sagrado Corazón de Jesús es ¡Gloria! ¡Amor! ¡Reparación!: una nueva, original y espléndida manera de adorar, honrar y reparar al Sagrado Corazón de Cristo, para consolarle en su abismo de amor incomprendido». Ésa es la propuesta para el mundo de hoy, sí, con todo lo que está cayendo.
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