"Los nacionalismos vascos y catalán son un fenómeno históricamente reciente, pues nació a finales del siglo XIX, cobró impulso con el “Desastre” de 1898 y desde entonces se configuró en Cataluña y en Vascongadas como un factor importante en la vida política española, excepto durante las dictaduras, que ocupan casi la mitad del siglo.
Estos movimientos derivan de los regionalismos, productos del Romanticismo del siglo XIX, con su exaltación de algunas tradiciones, del “espíritu popular” y de la Edad Media. Los regionalismos sólo en Cataluña y Vascongadas derivaron en separatismos fuertes. Una explicación suele hallarse en el empuje industrial vasco y catalán. Sin embargo es obvio que la industrialización es anterior al nacionalismo y solo influyó de modo indirecto, para crear un sentimiento de superioridad. Es decir, los nacionalismos fomentaron y explotaron ese sentimiento de orgullo, combinándolo con otro de victimismo, pero no fueron, desde luego, los causantes de aquella riqueza.
Otra explicación podría estar en la memoria de los antiguos fueros. La reivindicación foral tuvo escaso eco. No obstante, como motivo sentimental y político invocado a posteriori, no dejó de tener cierta relevancia.
Suele aludirse a los “hechos diferenciales”. Pero esas diferencias eran menores, preexistían de largo tiempo atrás, y también en otras regiones, y no habían dado pie a tales movimientos. El catalán o el vasco corrientes, aunque conscientes de esas diferencias, se sentían profundamente españoles.
La integración de Vascongadas y Cataluña en España tampoco procede de invasiones, como las de los pueblos centroeuropeos, o la de Irlanda, Quebec, etc.
Los apóstoles de las nuevas ideas trataban de oponer el sentimiento vasco o catalán al sentimiento español, cuando antes la gente no encontraba esas cosas contrarias, y, en realidad, desarraigar o debilitar en parte importante de los vascos y los catalanes el sentimiento hispano, requirió un esfuerzo muy arduo y una habilidad muy notable.
La tarea exigía líderes capaces y entregados, y en buena medida el éxito de ambos nacionalismos se debe a que hallaron sus profetas, sus jefes fervorosos e iluminados, consagrados en cuerpo y alma a una misión a su juicio redentora. No encontramos en el nacionalismo gallego u otros a personajes tan enérgicos y diestros como Arana, Prat de la Riba o Cambó.
Los métodos para desespañolizar a catalanes y vascos se parecieron. Un ataque inclemente a España o a Castilla, más una historia de agravios, y simultáneamente un halago desmesurado a lo autóctono. Para lo cual debían combinarse “los transportes de adoración” a Cataluña con el odio a los supuestos causantes de sus males, los castellanos, pese a que Castilla había dejado hacía mucho de representar un poder hegemónico o director en España.
Prat y Arana se consideraban católicos fervientes, aunque sus escritos son rabiosamente antievangélicos.
Arana sustituye la amistad y fraternidad entre vascos y maquetos por una dura hostilidad, exaltando la “raza vizcaína, radicalmente diferente del resto y demonizando la fusión con otras “razas” y culturas, como causa de todos los males de los vascos, en ellas incluye a los catalanes, tan maquetos y perniciosos como el resto.
Prat y Arana, adoctrinaron contra España utilizando el halago exaltado a un grupo social, combinado con el señalamiento de un enemigo culpable de todos los males, hecho que sugestiona fácilmente a mucha gente, si se insiste en ello con tenacidad.
A estas campañas ayudó de forma decisiva el “Desastre” del 98 que supuso una profunda quiebra moral y psicológica, que dio alas a los movimientos radicales, desde el socialismo revolucionario y el anarquismo a los nacionalismos.
Diferencias entre separatismo vasco y catalán
Aun con estas similitudes, y con un nivel intelectual común no muy destacable, los programas nacionalistas de Prat y de Arana difieren profundamente. Prat anhelaba, la liberación catalana de España, pero con un toque imperialista que intentar liderar y liberar a los llamados “países catalanes”.
Arana por el contrario, propugnaba el autoencierro para el “pueblo más noble y más libre del mundo”. La mayor distinción de los vascos, sería, después de la raza, el idioma vascuence, que curiosamente no dominaba.
Otra diferencia es que el nacionalismo vasco será siempre muy derechista, salvo pequeñas variedades, hasta que en los años 60 del siglo XX se asiente una rama de izquierdas en torno a ETA. En cambio al nacionalismo catalán, también de derechas al comienzo, le nacería pronto un sector más izquierdista, violento y radical.
También difería el estilo de las propagandas. En Prat y sus fieles predominó un victimismo algo quejumbroso y sentimental, que conmemoraba pretendidas derrotas históricas como factor de agravio. Los sabinianos exhibían menos victimismo y más agresividad: Arana inició su predicación mencionando nebulosas victorias o “glorias patrias” contra “el invasor español.
Pese a los éxitos nacionalistas, el sentimiento español era y es muy persistente, por basarse en una historia compartida de muchos siglos, en una profunda mezcla demográfica y cultural, en el tronco católico de su cultura, en una densa interrelación económica, y en la conciencia de que la lengua común, pese a su origen castellano, no es patrimonio de ninguna región.
La consecuencia inmediata de estos nacionalismos es doble. Por una parte tienden a separar y crear hostilidad entre los vascos o los catalanes y los demás españoles, y por otra dividen a vascos y catalanes en “buenos” y “malos”, según acepten o no sus doctrinas. Los nacionalistas se proclaman automáticamente representantes del pueblo, piense lo que quiera la mayoría de él.
También influyó la llegada de trabajadores de otras regiones, a menudo desarraigados e ignorantes, alejados de la religión por el debilitamiento o pérdida de lazos familiares, la explotación y las condiciones de vida, con frecuencia miserables en donde prendieron las ideas revolucionarias. Muchos vascos y catalanes de clase media veían en esa inmigración una fuente de inmoralidad, subversión y violencia, y, si bien se beneficiaban de ella, le oponían un pasado ideal de catolicidad y moralidad estrictas, aún persistentes en sus regiones, pero supuestamente perdidas en el resto de España. Buena parte del clero desempeñó un papel importante en el auge nacionalista en las dos comunidades.
En Cataluña el nacionalismo liderado por Cambó evolucionó hacia un regionalismo españolista. También tuvo Arana una evolución aparentemente españolista hacia el final de su vida, neutralizada en todo caso por sus seguidores.
El nacionalismo catalán izquierdista, de irregular trayectoria, cuajará en 1931, al fusionarse tres partidos menores en la Esquerra Republicana de Catalunya. Al comenzar la República, la Esquerra desbancó al catalanismo de derecha, y acentuó su nacionalismo. La Esquerra tomó un tinte jacobino, un liberalismo inspirado en la Revolución francesa, exaltadamente anticlerical y muy distinto del liberalismo conservador, de raíces más bien anglosajonas, por simplificar de algún modo.
La cuestión racial
En todo caso, en las teorías de Prat y las de Arana, es esencial el racismo, obsesivo en el nacionalismo vasco. Eran racialmente diferentes y superiores.
La derrota del nacionalsocialismo alemán en la II Guerra Mundial obligó a poner sordina a esas expansiones racistas, antes tan libres, y ambos separatismos debieron adaptarse a los tiempos. La raíz viva del separatismo no puede ser otra que las pretensiones de diferencia y superioridad, pero estas tomaron entonces un cariz más cultural y hasta presuntamente democrático.
Por otra parte, fue preciso asimilar un par de lecciones históricas: las actitudes de los vascos y catalanes autóctonos, y las de los llegados de otras provincias. Por falta de apoyo popular, los separatistas apenas habían hecho oposición a los regímenes de Primo de Rivera y de Franco. Por esa falta de apoyo algunos grupos catalanes, y especialmente la ETA, habían recurrido al terrorismo. El nacionalismo catalán tenía, además, la amarga experiencia de la rebelión de octubre de 1934 que fracasó estrepitosamente por falta del más mínimo apoyo popular.
Y al llegar la democracia después del franquismo, la necesidad de captar votos obligó a algunas matizaciones. Los inmigrantes de otras regiones solo podían sentir rechazo ante la pretensión de superioridad racial, lo que hizo preciso refinar el discurso. Ahora, la superioridad se presentaba en el terreno de la economía y la democracia, y en el talante generoso y acogedor de los separatistas. Ya no rechazaban a los inmigrantes, “comprendían” que estos se habían visto forzados a salir de sus provincias debido al hambre causada por la incompetencia y la tiranía de los poderes españoles. Y les invitaban a relegar un tanto su lengua materna en beneficio del vascuence o el catalán, y a “catalanizarse” o “vasquizarse” de diversas formas, con vistas a prosperar hacerse a su vez superiores a sus padres y paisanos de sus regiones de origen. El discurso se acompañaba de un ataque feroz al franquismo –el período en el que Cataluña y Vascongadas se hicieron más prósperas, entre otras cosas–, olvidando convenientemente las violencias y brutalidades del Frente Popular y los propios separatistas. Pese a su completa irrealidad, esta política ha tenido éxito no desdeñable entre inmigrantes recientes o antiguos, gracias a toda suerte de facilidades y concesiones de los gobiernos centrales, obsesionados por la idea contradictoria de incorporar los separatismos a una política común y olvidar el franquismo."
Resumen del artículo de Pío Moa, publicado en su blog:"Dichos, hechos y actos" de 10 de agosto de 2013
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